domingo, 19 de mayo de 2013

HILOS DE COLORES

Para el bloque de los cuentos folclóricos Irune nos dijo que debíamos crear una adaptación basándonos en un cuento que se llama "Toda clase de pieles". Esta historia está recogida por los hermanos Grimm y esa es la versión que ella nos contó.
Como adaptación que es mi historia no es exactamente igual que la que ella nos contó, pues e creído conveniente cambiar ciertas partes problemáticas, pero tratando de mantener lo más fielmente posible la historia, que es preciosa. Mi historia se titula "Hilos de colores" y si seguís leyendo descubriréis porque.


Hilos de colores.

Había una vez, en un lejano país un rey y una reina jóvenes, guapos y que estaban profundamente enamorados.
La reina era, según todas las personas, la mujer más bella del mundo. Tenia un pelo largo, rubio, brillante y maravilloso. Tenia una cara preciosa y un cuerpo estupendo, era perfecta y el rey estaba loquito por ella.
El rey también era joven y apuesto. Y juntos hacía una pareja perfecta. Lo único, es que echaban de menos, tener un bebe. Por eso el día que la reina le dijo al rey que estaba embarazada todo fue alegría en el palacio.
Pasaron los meses y la reina dio a luz a una niña preciosa. Pero fueron pasando los días y la alegría del principio, se convirtió en tristeza, porque la reina no acababa de recuperarse del parto y cada vez estaba más enferma y mas débil. Hasta que un día los médicos le dijeron al rey que se despidiese de ella porque probablemente no pasaría de esa noche. El rey muy triste, fue a despedirse de su mujer, y ella le dijo que les iba a llevar a el y a la niña siempre en el corazón, y que por favor, cuidase siempre del bebe y que hiciese de padre y madre. También le dijo que quería que su hija, cuando fuese un poco mayor y tuviera cuidado de no perderlo, tuviera un recuerdo de ella. Entonces le dio una cadenita de oro que ella llevaba siempre al cuello con una medallita de la virgen y con una figura de una rueca de hilar. También se quitó su anillo de boda y lo metió en la cadenita. Y le dijo: en cuanto nuestra hija sea un poquito mayor dáselo para que lo lleve siempre consigo y así yo estaré siempre a su lado. El rey le dijo que no se preocupara que él se lo iba a dar.
Entonces la reina antes de morir le dijo: quiero que la niña y tu seáis siempre felices, y que si no te casas con otra mujer, le busques un buen marido a nuestra hija para asegurar un heredero al reino. Pero solo te voy a poner una condición, y esta condición te la pongo en mi lecho de muerte, si me lo prometes lo tienes que cumplir. El rey le dijo que si, que por supuesto la cumpliría. La reina le dijo, el hombre con quien se case tiene que ser más rico que tu. El rey le dijo que por supuesto, que no se preocupara y que descansase.
La reina aquella misma noche murió y todos se pusieron muy tristes. El rey estaba destrozado, no hacía más que llorar, se iba con su hija, la abrazaba, la cuidaba, estaba con ella... ella era su único consuelo.
La niña empezó a crecer y en cuanto tubo 6 o 7 años y ya era capaz de cuidar las cosas y de reconocer su valor, su padre le regaló la cadena que le había dado su madre y le contó como era su madre, le enseñó retratos de ella, y la princesa creció adorando a su madre muerta.
Pero pasaron los años y el rey no se casaba. Cuando ya habían pasado 10 años y el rey seguía sin casarse los consejeros le dijeron majestad, cuando la reina murió usted le prometió que si no se casaba debía buscar un buen príncipe rico y poderoso para casarse con su hija. El rey dijo que le parecía muy bien, pero que como le había echo una promesa a su mujer y solo la dejaría casarse con el príncipe más rico de todos los reinos. Los consejeros, entonces empezaron a buscar fotos de todos las príncipes ricos de todos los reinos cercanos, pero ninguno era lo suficientemente rico.
Al final le trajeron retratos de todos los reinos del mundo, hasta que al final encontraron a un príncipe que cumplía los requisitos. Era un príncipe alto, guapo y muy, muy rico. El rey y los consejeros estaban encantados, la princesa que ya tenía 16 años y había heredado la belleza de su madre, se casaría.
Pasó el tiempo y el rey invitó al príncipe a pasar una temporada en palacio y así conocer a su hermosa hija. La princesa, cuando se enteró de los planes de su padre se puso muy triste, ella quería encontrar a un príncipe y enamorarse de él, no que su padre la obligara a casarse. Aún así obediente la princesa conoció al príncipe. Los días pasaban pero ella no se enamoraba de el, porque aunque guapo y rico el príncipe era muy borde y desagradable. Sus modales eran horribles, eructaba en la mesa, no pedía las cosas por favor, y hablaba fatal a la princesa. Aun así el rey decía que era el hombre más rico del mundo y que tendría que casarse con él.
Una mañana el rey llamó a su hija y le dijo: he decidido que vas a casarte este mismo año. La princesa se entristeció mucho, ella no estaba enamorada de ese joven y mucho menos quería casarse con él. Ella, tenía idea de un poco más adelante, encontrar a un marido, un príncipe joven, uno de su edad con el que se llevara bien y la cuidase.
La princesa le explicó que no quería casarse con ese joven, pero el rey le decía una y otra vez que le había prometido a su madre que la casaría con un príncipe rico.
Pasaron los meses y la fecha de la boda se acercaba. Con la esperanza de retrasar ese día la princesa le dijo a su padre que, como princesa que era debía tener un regalo de pedida de mano. El rey habló con el príncipe y le explicó que su hija deseaba tener un regalo de pedida. Asique la princesa les dijo a su padre y al príncipe que quería tres vestidos: uno tan dorado como el sol, otro vestido, tan plateado como la luna y un tercero tan brillante como las estrellas. Su padre y el príncipe la dijeron que por supuesto le darían los tres vestidos, y que cuando los tuviera se casarían.
Ella rezaba todos los días para que no tuvieran las forma de crear esos tres vestidos. Pero casi un año después su padre le dijo que tenían su regalo. Habían cogido el hilo de oro más fino para el vestido dorado como el sol, el platino más rico para el vestido más plateado que la luna y los brillantes más maravillosos para el vestido tan brillante como las estrellas. Cuando le enseñó los vestidos la princesa se quedó impresionada, porque eran unos vestidos preciosos. Se los probó y le quedaban perfectos.
De forma que el padre le dijo: bueno ya está, vamos a anunciar vuestro compromiso. La gente de la corte se sorprendió pues sabían que la princesa no deseaba casarse. Pero el rey dijo que en seis meses se iban a casar.
Es entonces cuando a la princesa se le ocurrió que podría convencer a su padre con un poco más de tiempo. Por eso llamó al príncipe y le dijo: un momentito, porque igual que quiero mi regalo de pedida, quiero mi regalo de bodas, y para casarnos necesito que esté mi regalo de boda. El príncipe, pensando que la princesa era muy caprichosa, accedió, pues quería casarse de una vez con aquella hermosa muchacha. Ella siguió diciendo: como regalo de boda quiero un abrigo que esté hecho con los hilos de los colores más bellos del mundo. Quiero un abrigo único, de muchos colores de todo el mundo. El príncipe dijo: muy bien, en el momento en que esté hecho nos casaremos. Y ella dijo: eso es.
Pasaron los días, las semanas, los meses, y el rey no entraba en razón. Seguía insistiendo en que su hija se casara. Pasaron los seis meses y la princesa ya creía que no habrían conseguido hacer el abrigo, pero no fue así. Un día el príncipe llamó a la princesa y la enseñó el abrigo que habían creado. Era un abrigo precioso, pero raro. Tenían todos los colores del mundo pero era un poco grande. La capucha casi le tapaba la cara, el abrigo le llegaba por los pies y las mangas la tapaban las manos.
Cuando el príncipe le dio el abrigo ella solo podía pensar en que se debía casar, ya no lo podía retrasar más. Pero no lo podía consentir, asique se fue a su habitación metió en un saco sus tres vestidos, se aseguró de llevar puesta la cadena que le recordaba a su madre con las tres piececitas colgadas, se puso el abrigo de toda clase de hilos, huyó del castillo de su padre y se escondió en el bosque.
Corrió y corrió durante todo el día y toda la noche, intentando alejarse del castillo de su padre y de los soldados que estuvieran buscándola.
El caso es que así pasaron días, semanas, meses... Ella no sabía cuanto tiempo había pasado, tampoco sabía cuanto había caminado, ni si se había alejado suficiente del castillo de su padre como para que la encontrara.
Un día que estaba amaneciendo y se estaba acurrucando en un árbol para quedarse dormida, oyó voces humanas, oyó caballos, oyó perros y pensó que era una cacería. Ella se asustó mucho porque pensó que podía ser una cacería de su padre para buscarla y se escondió, se escondió y se escondió, pero tubo mala suerte , porque alguno de los perros la olió y se fue hacia ella. Ladrando el perro alertó a las personas que se acercaron a donde ella se encontraba. Gracias a dios ella no reconocía ninguna de esas voces. Los hombres decían: ¿pero quien es? ¿es un animal? Pues dispararle y vamos a llevárselo al príncipe. Entonces ella alarmada dijo pues debe ser que estoy en otro reino, pero debo tener mucho cuidado, porque a lo mejor si saben quien soy me mandan con mi padre y me toca casarme con ese príncipe arrogante. El caso es que la muchacha que estaba ya sucia, y que tenía el abrigo por encima de la cabeza y no se la veía el pelo, que además lo tenia destrozado de andar caminando y lavándoselo en los ríos, empezó a decir: por favor no me hagan nada, que soy una mujer asustada, no soy nadie, dejadme vivir, dejadme vivir, no me matéis. Al oírla hablar pensaron que era una loca que se a escapado. Cuando la sacaron de allí, y la vieron la cara toda sucia y con heridas de las ramas, se dieron cuenta de que era una chica muy joven y les dio pena. Entonces los cazadores llamaron a su jefe que resulta que era el príncipe de otro reino distinto. El príncipe la vio y ella pensó que era el príncipe más guapo que había visto en su vida, pero ella no podía decir de donde venía, por lo cual no podía decir que era una princesa. Ella simplemente mantuvo que era una mujer asustada y que por favor que la dejaran en paz. ¿Pero tienes nombre?- preguntaban los cazadores- No -dijo ella- no tengo nombre, todo el mundo me llama toda clase de hilos. ¿Y toda clase de hilos de donde vienes? No se de donde vengo, solo soy un mujer asustada... Repetía siempre lo mismo haciéndose la loca. El príncipe decidió llevarla a las cocinas, para que ayudara al cocinero y que aprendiera algo, porque la chica tampoco demostraba que supiera hacer nada, ni de limpiar, ni de criada ni nada de nada. El caso es que la muchacha se fue a las cocinas y el cocinero se encariño con ella. Le enseñó todas las cosas que podía saber. Normalmente ella hacía los trabajos peores: fregaba los cacharros, limpiaba, sacaba las sobras a los perros, hacía cosas de criada de cocinas, limpiaba los fuegos... Y así pasó el tiempo.
Cuando estaba en palacio ella siempre, estuviera donde estuviera, mantenía su locura y si la decían que no llevara el abrigo de toda clase de hilos, se punía echa una furia y empezaba a gritar, por lo que la gente la dejaba llevar aquel abrigo tanto en invierno como en verano. Por eso nadie había visto su cuerpo, ni su pelo ni nada. Solo habían visto su cara y sus manos que solían estar siempre manchados y todo el mundo se había acostumbrado a llamarla toda clase de hilos, incluso el príncipe.
Paso el tiempo y llegó el momento en que los padres del príncipe consideraron que era necesario que su hijo contrajese matrimonio, y que como su hijo era el mejor pues iban a celebrar tres días de baile para que conociese a las princesas de los reinos vecinos. Mandaron las invitaciones y la primera noche de baile llegó muchísima gente de muchísimos lugares y empezó el baile. Toda clase de hilos había estado en la cocina ayudando al cocinero, y cuando ya estaba la gente bailando y el cocinero había terminado su tarea, le dijo: ¿por qué no me permites asomarme al baile, que nuca he visto un baile? Aunque sea por detrás de la cortina y así veo como se visten las damas, como se visten los caballeros, veo a la gente noble bailando, que me hace muchísima ilusión... El cocinero, como la chica trabaja muy bien y muy duro dijo: bueno vale, te dejo que te asomes a ver el baile con la condición de que nadie te vea, y con la condición de que estés aquí cuando la gente se vaya porque entonces habrá que prepararle al príncipe el consomé que es lo que toma antes de acostarse. Ella le dijo que no había ningún problema. Asique se fue corriendo a su habitación, se quitó el abrigo de toda clase de hilos de colores, se lavó la cara, las manos, se cepilló el pelo, se puso el vestido tan dorado como el sol y se presentó en el baile de palacio.
Cuando entró en el baile, y bajaba por las escaleras, llamó enseguida la atención del príncipe. El conocía a todas las princesas que habían ido, pero a esta princesa con ese hermoso vestido no la había visto nunca.
Entonces el príncipe dijo: bueno y esta chica tan preciosa, ¿quien es?, voy a bailar con ella para conocerla. Empezó a bailar con ella, pero como no le podía contar su origen, la conversación era como muy misteriosa. ¿Cual es tu nombre? - le preguntaba el príncipe- Pues ya os lo desvelare la tercera noche majestad. ¿Y de donde vienes? Pues ya lo descubrirás majestad – decía la muchacha-. El caso es que la muchacha evitaba sus preguntas pero luego hablaban de otras cosas, y la verdad es que el príncipe estaba encantado. La primera noche bailó varios bailes con ella y cuando toda clase de hilos vio que toda la gente se estaba yendo se escabulló, bajó a su habitación se colocó el abrigo, se manchó la cara y las manos y se bajó a las cocinas con el vestido tan dorado como el sol debajo del abrigo.
El cocinero le echó un poquito la regañina porque había llegado un poco tarde y le dijo: prepara rápido, rápido el caldo para el príncipe y como yo tengo que terminar de recoger súbeselo tu a su habitación. Ella preparó el caldo del príncipe, como había visto al cocinero hacerlo muchas veces, pero además pensando en lo guapo que era el príncipe, en lo mucho que le gustaba, lo agradable y educado que era, lo que le encantaría casarse con él... Y cuando acabó de hacer el caldo y lo echó en el bol para subirlo se quitó la cadena dorada que llevaba y echó en el caldo la melladita de la virgen. Entonces ella subió, el príncipe abrió la puerta de su habitación, recogió el bol, le dio las gracias y cerró la puerta. Y ella se marchó a sus habitaciones soñando en si al príncipe le habría gustado o no el caldo y que que habría pensado del regalo que le había dejado en el fondo del bol.
El príncipe, se tomó el caldo que le pareció exquisito y mucho más bueno que otras veces Cuando estaba ya llegando al final se dio cuenta de que había algo que hacía clink clink, entonces lo sacó y se fijó en que era una medalla y pensó pues a alguien se le habrá caído una medalla, pero ¿al cocinero? ¿una medalla de oro de la virgen? Entonces el príncipe bajó a la cocina, en la que estaba solo el cocinero y le dijo: ¿has hecho tu el caldo? Y el cocinero que no le quería decir que había dejado el caldo de su majestad en manos de la ayudante, le dijo que si, que lo había hecho el. ¿Y se te a caído algo? - preguntó el príncipe- Pues no, ¿pero estaba mal el caldo majestad? No, no, no, estaba estupendo el caldo, pero nada buenas noches, buenas noches.
Llega la segunda noche de baile. Esa noche de baile toda clase de hilos hace exactamente lo mismo pero en este caso se pone el vestido tan plateado como la luna. El príncipe en cuanto la vio dijo: esta es la mía. Entonces se puso a bailar con ella y si en la primera noche había bailado muchos bailes esta noche bailó más bailes aun con ella. Y le pareció una muchacha exquisita, super elegante, vamos no dudaba de que era una princesa en absoluto. De forma que cuando toda clase de hilos bajo a las cocinas preparó otra vez el bol del príncipe y echo en el bol la rueca de hilar que tenía. Cuando el príncipe se estaba tomando el caldo se dio cuenta de que ya era mucha casualidad que dos noches seguidas a alguien se le cayera algo dentro del bol. Y al ver la rueca de hilar ya pensó que no era del cocinero porque un cocinero no lleva una figurita femenina. Y se quedó con ese pensamiento en la cabeza.
Llegó la tercera noche del baile, que era la noche en la que el príncipe tenía que decidir quien iba a ser su esposa, es decir, al día siguiente iba a a ver una celebración en la que el príncipe iba a decir cual de las princesas que habían asistido iba a ser su esposa.
Toda clase de pieles también le pidió al cocinero la oportunidad de ver el baile y fue a ponerse el vestido tan brillante como las estrellas, que estaba hecho con los brillantes más grandes y mas bellos del mundo. El príncipe no se separó de ella ni un momento. Y cada vez que ella intentaba irse el príncipe la agarraba y ella intentaba irse pues estaba agobiada porque tenia que llegar a las cocinas, pero cada vez que lo intentaba el príncipe la agarraba de la mano. De esta forma no se dio cuenta de que el príncipe le puso un anillo de oro en el dedo.
Al fin consiguió marcharse corriendo pero solo la dio tiempo de pasar a su habitación y coger el abrigo para bajarse corriendo a las cocinas. El cocinero le echó una charla, le dijo que estaba liadísimo, que el príncipe ya estaba en sus aposentos y que no tenía el consomé. Asique ella preparó el caldo del príncipe y se lo subió. Llamo a la puerta como las otras noches, el príncipe abrió la puerta y le dijo: pasa y espera aquí de pie mientras yo me lo como porque no voy a tardar nada que tengo mucha hambre y luego ya te bajas tu el bol. Ella dijo: pues majestad lo que deseéis. Como normalmente cuando un criado estaba en presencia de un señor debía mantener la cabeza gacha y en un rinconcito.
El príncipe no hacía nada más que comer y mirarla. Y ella estaba muy incomoda porque ella no podía empezar una conversación con el príncipe. Al fina el príncipe le dijo: pues parece que está muy bueno este consomé, ¿lo a hecho el cocinero o lo has hecho tu? Y ella le dijo: a sido el cocinero majestad. Ya -respondió el príncipe- entonces a lo mejor me puedes explicar porqué dentro de este bol hay un objeto que no creo que pertenezca al cocinero. Ella había echado dentro del bol el aniño de oro de su madre. Entonces cuando al fin miró al príncipe, el príncipe tenía el anillo de oro en la mano, se levantó y se acercó a ella. Asustada la princesa se iba yendo cada vez más para atrás, para atrás, para atrás, hasta que el príncipe ya la acorraló contra la pared y le dijo: ¿sabes lo que es esto? Y le dijo ella: un anillo majestad. El la responde: si, es un anillo, es un anillo de boda y este anillo tiene un compañero ¿y sabes donde está el anillo compañero? Y dijo ella: no, majestad. A lo que el príncipe con una sonrisa respondió: pues está en tu dedo. Entonces le cogió la mano con dulzura y le enseñó que tenía un anillo precioso puesto. Mientras el príncipe la decir: estos dos anillos son compañeros y tu eres la mujer con la que me quiero casar y con la quiero compartir el resto de mi vida. No se quien eres, no se si eres noble, no se si eres de una familia real, no se si eres una plebeya, lo único que se es que me e enamorado de ti y quiero que seas mi esposa. Entonces la princesa se echó a llorar, le contó todo lo que le había pasado y el príncipe le dijo que no se preocupara en absoluto, porque iban a ser muy felices durante el resto de su vida.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

1 comentario:

  1. Muy bien.

    Para que esté perfecto, debes comentar los cambios que has realizado y por qué y también por qué has mantenido algunas cuestiones que podrían discutirse.

    ResponderEliminar