Como adaptación que es mi historia no es exactamente igual que la que ella nos contó, pues e creído conveniente cambiar ciertas partes problemáticas, pero tratando de mantener lo más fielmente posible la historia, que es preciosa. Mi historia se titula "Hilos de colores" y si seguís leyendo descubriréis porque.
Hilos de colores.
Había
una vez, en un lejano país un rey y una reina jóvenes, guapos y que
estaban profundamente enamorados.
La
reina era, según todas las personas, la mujer más bella del mundo.
Tenia un pelo largo, rubio, brillante y maravilloso. Tenia una cara
preciosa y un cuerpo estupendo, era perfecta y el rey estaba loquito
por ella.
El
rey también era joven y apuesto. Y juntos hacía una pareja perfecta.
Lo único, es que echaban de menos, tener un bebe. Por eso el día
que la reina le dijo al rey que estaba embarazada todo fue alegría
en el palacio.
Pasaron
los meses y la reina dio a luz a una niña preciosa. Pero fueron
pasando los días y la alegría del principio, se convirtió en
tristeza, porque la reina no acababa de recuperarse del parto y cada
vez estaba más enferma y mas débil. Hasta que un día los médicos
le dijeron al rey que se despidiese de ella porque probablemente no
pasaría de esa noche. El rey muy triste, fue a despedirse de su
mujer, y ella le dijo que les iba a llevar a el y a la niña siempre
en el corazón, y que por favor, cuidase siempre del bebe y que
hiciese de padre y madre. También le dijo que quería que su hija,
cuando fuese un poco mayor y tuviera cuidado de no perderlo, tuviera
un recuerdo de ella. Entonces le dio una cadenita de oro que ella
llevaba siempre al cuello con una medallita de la virgen y con una
figura de una rueca de hilar. También se quitó su anillo de boda y
lo metió en la cadenita. Y le dijo: en cuanto nuestra hija sea un
poquito mayor dáselo para que lo lleve siempre consigo y así yo
estaré siempre a su lado. El rey le dijo que no se preocupara que él
se lo iba a dar.
Entonces
la reina antes de morir le dijo: quiero que la niña y tu seáis
siempre felices, y que si no te casas con otra mujer, le busques un
buen marido a nuestra hija para asegurar un heredero al reino. Pero
solo te voy a poner una condición, y esta condición te la pongo en
mi lecho de muerte, si me lo prometes lo tienes que cumplir. El rey
le dijo que si, que por supuesto la cumpliría. La reina le dijo, el
hombre con quien se case tiene que ser más rico que tu. El rey le
dijo que por supuesto, que no se preocupara y que descansase.
La
reina aquella misma noche murió y todos se pusieron muy tristes. El
rey estaba destrozado, no hacía más que llorar, se iba con su hija,
la abrazaba, la cuidaba, estaba con ella... ella era su único
consuelo.
La
niña empezó a crecer y en cuanto tubo 6 o 7 años y ya era capaz de
cuidar las cosas y de reconocer su valor, su padre le regaló la
cadena que le había dado su madre y le contó como era su madre, le
enseñó retratos de ella, y la princesa creció adorando a su madre
muerta.
Pero
pasaron los años y el rey no se casaba. Cuando ya habían pasado 10
años y el rey seguía sin casarse los consejeros le dijeron
majestad, cuando la reina murió usted le prometió que si no se
casaba debía buscar un buen príncipe rico y poderoso para casarse
con su hija. El rey dijo que le parecía muy bien, pero que como le
había echo una promesa a su mujer y solo la dejaría casarse con el
príncipe más rico de todos los reinos. Los consejeros, entonces
empezaron a buscar fotos de todos las príncipes ricos de todos los
reinos cercanos, pero ninguno era lo suficientemente rico.
Al
final le trajeron retratos de todos los reinos del mundo, hasta que
al final encontraron a un príncipe que cumplía los requisitos. Era
un príncipe alto, guapo y muy, muy rico. El rey y los consejeros
estaban encantados, la princesa que ya tenía 16 años y había
heredado la belleza de su madre, se casaría.
Pasó
el tiempo y el rey invitó al príncipe a pasar una temporada en
palacio y así conocer a su hermosa hija. La princesa, cuando se
enteró de los planes de su padre se puso muy triste, ella quería
encontrar a un príncipe y enamorarse de él, no que su padre la
obligara a casarse. Aún así obediente la princesa conoció al
príncipe. Los días pasaban pero ella no se enamoraba de el, porque
aunque guapo y rico el príncipe era muy borde y desagradable. Sus
modales eran horribles, eructaba en la mesa, no pedía las cosas por
favor, y hablaba fatal a la princesa. Aun así el rey decía que era
el hombre más rico del mundo y que tendría que casarse con él.
Una
mañana el rey llamó a su hija y le dijo: he decidido que vas a
casarte este mismo año. La princesa se entristeció mucho, ella no
estaba enamorada de ese joven y mucho menos quería casarse con él.
Ella, tenía idea de un poco más adelante, encontrar a un marido, un
príncipe joven, uno de su edad con el que se llevara bien y la
cuidase.
La
princesa le explicó que no quería casarse con ese joven, pero el
rey le decía una y otra vez que le había prometido a su madre que
la casaría con un príncipe rico.
Pasaron
los meses y la fecha de la boda se acercaba. Con la esperanza de
retrasar ese día la princesa le dijo a su padre que, como princesa
que era debía tener un regalo de pedida de mano. El rey habló con
el príncipe y le explicó que su hija deseaba tener un regalo de
pedida. Asique la princesa les dijo a su padre y al príncipe que
quería tres vestidos: uno tan dorado como el sol, otro vestido, tan
plateado como la luna y un tercero tan brillante como las estrellas.
Su padre y el príncipe la dijeron que por supuesto le darían los
tres vestidos, y que cuando los tuviera se casarían.
Ella
rezaba todos los días para que no tuvieran las forma de crear esos
tres vestidos. Pero casi un año después su padre le dijo que tenían
su regalo. Habían cogido el hilo de oro más fino para el vestido
dorado como el sol, el platino más rico para el vestido más
plateado que la luna y los brillantes más maravillosos para el
vestido tan brillante como las estrellas. Cuando le enseñó los
vestidos la princesa se quedó impresionada, porque eran unos
vestidos preciosos. Se los probó y le quedaban perfectos.
De
forma que el padre le dijo: bueno ya está, vamos a anunciar vuestro
compromiso. La gente de la corte se sorprendió pues sabían que la
princesa no deseaba casarse. Pero el rey dijo que en seis meses se
iban a casar.
Es
entonces cuando a la princesa se le ocurrió que podría convencer a
su padre con un poco más de tiempo. Por eso llamó al príncipe y le
dijo: un momentito, porque igual que quiero mi regalo de pedida,
quiero mi regalo de bodas, y para casarnos necesito que esté mi
regalo de boda. El príncipe, pensando que la princesa era muy
caprichosa, accedió, pues quería casarse de una vez con aquella
hermosa muchacha. Ella siguió diciendo: como regalo de boda quiero
un abrigo que esté hecho con los hilos de los colores más bellos
del mundo. Quiero un abrigo único, de muchos colores de todo el
mundo. El príncipe dijo: muy bien, en el momento en que esté hecho
nos casaremos. Y ella dijo: eso es.
Pasaron
los días, las semanas, los meses, y el rey no entraba en razón.
Seguía insistiendo en que su hija se casara. Pasaron los seis meses
y la princesa ya creía que no habrían conseguido hacer el abrigo,
pero no fue así. Un día el príncipe llamó a la princesa y la
enseñó el abrigo que habían creado. Era un abrigo precioso, pero
raro. Tenían todos los colores del mundo pero era un poco grande. La
capucha casi le tapaba la cara, el abrigo le llegaba por los pies y
las mangas la tapaban las manos.
Cuando
el príncipe le dio el abrigo ella solo podía pensar en que se debía
casar, ya no lo podía retrasar más. Pero no lo podía consentir,
asique se fue a su habitación metió en un saco sus tres vestidos,
se aseguró de llevar puesta la cadena que le recordaba a su madre
con las tres piececitas colgadas, se puso el abrigo de toda clase de
hilos, huyó del castillo de su padre y se escondió en el bosque.
Corrió
y corrió durante todo el día y toda la noche, intentando alejarse
del castillo de su padre y de los soldados que estuvieran buscándola.
El
caso es que así pasaron días, semanas, meses... Ella no sabía
cuanto tiempo había pasado, tampoco sabía cuanto había caminado,
ni si se había alejado suficiente del castillo de su padre como para
que la encontrara.
Un
día que estaba amaneciendo y se estaba acurrucando en un árbol para
quedarse dormida, oyó voces humanas, oyó caballos, oyó perros y
pensó que era una cacería. Ella se asustó mucho porque pensó
que podía ser una cacería de su padre para buscarla y se escondió,
se escondió y se escondió, pero tubo mala suerte , porque alguno de
los perros la olió y se fue hacia ella. Ladrando el perro alertó a
las personas que se acercaron a donde ella se encontraba. Gracias a
dios ella no reconocía ninguna de esas voces. Los hombres decían:
¿pero quien es? ¿es un animal? Pues dispararle y vamos a llevárselo
al príncipe. Entonces ella alarmada dijo pues debe ser que estoy en
otro reino, pero debo tener mucho cuidado, porque a lo mejor si saben
quien soy me mandan con mi padre y me toca casarme con ese príncipe
arrogante. El caso es que la muchacha que estaba ya sucia, y que
tenía el abrigo por encima de la cabeza y no se la veía el pelo,
que además lo tenia destrozado de andar caminando y lavándoselo en
los ríos, empezó a decir: por favor no me hagan nada, que soy una mujer asustada, no soy nadie, dejadme vivir, dejadme vivir,
no me matéis. Al oírla hablar pensaron que era una loca que se a
escapado. Cuando la sacaron de allí, y la vieron la cara toda sucia
y con heridas de las ramas, se dieron cuenta de que era una chica muy
joven y les dio pena. Entonces los cazadores llamaron a su jefe que
resulta que era el príncipe de otro reino distinto. El príncipe la
vio y ella pensó que era el príncipe más guapo que había visto
en su vida, pero ella no podía decir de donde venía, por lo cual no
podía decir que era una princesa. Ella simplemente mantuvo que era
una mujer asustada y que por favor que la dejaran en paz. ¿Pero
tienes nombre?- preguntaban los cazadores- No -dijo ella- no tengo
nombre, todo el mundo me llama toda clase de hilos. ¿Y toda clase de
hilos de donde vienes? No se de donde vengo, solo soy un mujer
asustada... Repetía siempre lo mismo haciéndose la loca. El
príncipe decidió llevarla a las cocinas, para que ayudara al
cocinero y que aprendiera algo, porque la chica tampoco demostraba
que supiera hacer nada, ni de limpiar, ni de criada ni nada de nada.
El caso es que la muchacha se fue a las cocinas y el cocinero se
encariño con ella. Le enseñó todas las cosas que podía saber.
Normalmente ella hacía los trabajos peores: fregaba los cacharros,
limpiaba, sacaba las sobras a los perros, hacía cosas de criada de
cocinas, limpiaba los fuegos... Y así pasó el tiempo.
Cuando
estaba en palacio ella siempre, estuviera donde estuviera, mantenía
su locura y si la decían que no llevara el abrigo de toda clase de
hilos, se punía echa una furia y empezaba a gritar, por lo que la
gente la dejaba llevar aquel abrigo tanto en invierno como en verano.
Por eso nadie había visto su cuerpo, ni su pelo ni nada. Solo habían
visto su cara y sus manos que solían estar siempre manchados y todo
el mundo se había acostumbrado a llamarla toda clase de hilos,
incluso el príncipe.
Paso
el tiempo y llegó el momento en que los padres del príncipe
consideraron que era necesario que su hijo contrajese matrimonio, y
que como su hijo era el mejor pues iban a celebrar tres días de
baile para que conociese a las princesas de los reinos vecinos.
Mandaron las invitaciones y la primera noche de baile llegó
muchísima gente de muchísimos lugares y empezó el baile. Toda
clase de hilos había estado en la cocina ayudando al cocinero, y
cuando ya estaba la gente bailando y el cocinero había terminado su
tarea, le dijo: ¿por qué no me permites asomarme al baile, que nuca he visto un baile? Aunque sea por detrás de la cortina y así veo
como se visten las damas, como se visten los caballeros, veo a la
gente noble bailando, que me hace muchísima ilusión... El cocinero,
como la chica trabaja muy bien y muy duro dijo: bueno vale, te dejo
que te asomes a ver el baile con la condición de que nadie te vea, y
con la condición de que estés aquí cuando la gente se vaya porque
entonces habrá que prepararle al príncipe el consomé que es lo que
toma antes de acostarse. Ella le dijo que no había ningún problema.
Asique se fue corriendo a su habitación, se quitó el abrigo de toda
clase de hilos de colores, se lavó la cara, las manos, se
cepilló el pelo, se puso el vestido tan dorado como el sol y se
presentó en el baile de palacio.
Cuando
entró en el baile, y bajaba por las escaleras, llamó enseguida la
atención del príncipe. El conocía a todas las princesas que habían
ido, pero a esta princesa con ese hermoso vestido no la había visto
nunca.
Entonces
el príncipe dijo: bueno y esta chica tan preciosa, ¿quien es?, voy
a bailar con ella para conocerla. Empezó a bailar con ella, pero
como no le podía contar su origen, la conversación era como muy
misteriosa. ¿Cual es tu nombre? - le preguntaba el príncipe- Pues
ya os lo desvelare la tercera noche majestad. ¿Y de donde vienes?
Pues ya lo descubrirás majestad – decía la muchacha-. El caso es
que la muchacha evitaba sus preguntas pero luego hablaban de otras
cosas, y la verdad es que el príncipe estaba encantado. La primera
noche bailó varios bailes con ella y cuando toda clase de hilos vio
que toda la gente se estaba yendo se escabulló, bajó a su
habitación se colocó el abrigo, se manchó la cara y las manos y se
bajó a las cocinas con el vestido tan dorado como el sol debajo del
abrigo.
El
cocinero le echó un poquito la regañina porque había llegado un
poco tarde y le dijo: prepara rápido, rápido el caldo para el
príncipe y como yo tengo que terminar de recoger súbeselo tu a su
habitación. Ella preparó el caldo del príncipe, como había visto
al cocinero hacerlo muchas veces, pero además pensando en lo guapo
que era el príncipe, en lo mucho que le gustaba, lo agradable y
educado que era, lo que le encantaría casarse con él... Y cuando
acabó de hacer el caldo y lo echó en el bol para subirlo se quitó
la cadena dorada que llevaba y echó en el caldo la melladita de la
virgen. Entonces ella subió, el príncipe abrió la puerta de su
habitación, recogió el bol, le dio las gracias y cerró la puerta.
Y ella se marchó a sus habitaciones soñando en si al príncipe le
habría gustado o no el caldo y que que habría pensado del regalo
que le había dejado en el fondo del bol.
El
príncipe, se tomó el caldo que le pareció exquisito y mucho más
bueno que otras veces Cuando estaba ya llegando al final se dio
cuenta de que había algo que hacía clink clink, entonces lo sacó y
se fijó en que era una medalla y pensó pues a alguien se le habrá
caído una medalla, pero ¿al cocinero? ¿una medalla de oro de la
virgen? Entonces el príncipe bajó a la cocina, en la que estaba
solo el cocinero y le dijo: ¿has hecho tu el caldo? Y el cocinero
que no le quería decir que había dejado el caldo de su majestad en
manos de la ayudante, le dijo que si, que lo había hecho el. ¿Y se
te a caído algo? - preguntó el príncipe- Pues no, ¿pero estaba
mal el caldo majestad? No, no, no, estaba estupendo el caldo, pero
nada buenas noches, buenas noches.
Llega
la segunda noche de baile. Esa noche de baile toda clase de hilos
hace exactamente lo mismo pero en este caso se pone el vestido tan
plateado como la luna. El príncipe en cuanto la vio dijo: esta es la
mía. Entonces se puso a bailar con ella y si en la primera noche
había bailado muchos bailes esta noche bailó más bailes aun con
ella. Y le pareció una muchacha exquisita, super elegante, vamos no
dudaba de que era una princesa en absoluto. De forma que cuando toda
clase de hilos bajo a las cocinas preparó otra vez el bol del
príncipe y echo en el bol la rueca de hilar que tenía. Cuando el
príncipe se estaba tomando el caldo se dio cuenta de que ya era
mucha casualidad que dos noches seguidas a alguien se le cayera algo
dentro del bol. Y al ver la rueca de hilar ya pensó que no era del
cocinero porque un cocinero no lleva una figurita femenina. Y se
quedó con ese pensamiento en la cabeza.
Llegó
la tercera noche del baile, que era la noche en la que el príncipe
tenía que decidir quien iba a ser su esposa, es decir, al día
siguiente iba a a ver una celebración en la que el príncipe iba a
decir cual de las princesas que habían asistido iba a ser su esposa.
Toda
clase de pieles también le pidió al cocinero la oportunidad de ver
el baile y fue a ponerse el vestido tan brillante como las estrellas,
que estaba hecho con los brillantes más grandes y mas bellos del
mundo. El príncipe no se separó de ella ni un momento. Y cada vez
que ella intentaba irse el príncipe la agarraba y ella intentaba
irse pues estaba agobiada porque tenia que llegar a las cocinas, pero
cada vez que lo intentaba el príncipe la agarraba de la mano. De
esta forma no se dio cuenta de que el príncipe le puso un anillo de
oro en el dedo.
Al
fin consiguió marcharse corriendo pero solo la dio tiempo de pasar a
su habitación y coger el abrigo para bajarse corriendo a las
cocinas. El cocinero le echó una charla, le dijo que estaba
liadísimo, que el príncipe ya estaba en sus aposentos y que no
tenía el consomé. Asique ella preparó el caldo del príncipe y se
lo subió. Llamo a la puerta como las otras noches, el príncipe
abrió la puerta y le dijo: pasa y espera aquí de pie mientras yo me
lo como porque no voy a tardar nada que tengo mucha hambre y luego ya
te bajas tu el bol. Ella dijo: pues majestad lo que deseéis. Como
normalmente cuando un criado estaba en presencia de un señor debía
mantener la cabeza gacha y en un rinconcito.
El
príncipe no hacía nada más que comer y mirarla. Y ella estaba muy
incomoda porque ella no podía empezar una conversación con el
príncipe. Al fina el príncipe le dijo: pues parece que está muy
bueno este consomé, ¿lo a hecho el cocinero o lo has hecho tu? Y
ella le dijo: a sido el cocinero majestad. Ya -respondió el
príncipe- entonces a lo mejor me puedes explicar porqué dentro de
este bol hay un objeto que no creo que pertenezca al cocinero. Ella
había echado dentro del bol el aniño de oro de su madre. Entonces
cuando al fin miró al príncipe, el príncipe tenía el anillo de
oro en la mano, se levantó y se acercó a ella. Asustada la princesa
se iba yendo cada vez más para atrás, para atrás, para atrás,
hasta que el príncipe ya la acorraló contra la pared y le dijo:
¿sabes lo que es esto? Y le dijo ella: un anillo majestad. El la
responde: si, es un anillo, es un anillo de boda y este anillo tiene
un compañero ¿y sabes donde está el anillo compañero? Y dijo
ella: no, majestad. A lo que el príncipe con una sonrisa respondió:
pues está en tu dedo. Entonces le cogió la mano con dulzura y le
enseñó que tenía un anillo precioso puesto. Mientras el príncipe
la decir: estos dos anillos son compañeros y tu eres la mujer con la
que me quiero casar y con la quiero compartir el resto de mi vida. No
se quien eres, no se si eres noble, no se si eres de una familia
real, no se si eres una plebeya, lo único que se es que me e
enamorado de ti y quiero que seas mi esposa. Entonces la princesa se
echó a llorar, le contó todo lo que le había pasado y el príncipe
le dijo que no se preocupara en absoluto, porque iban a ser muy
felices durante el resto de su vida.
Y
colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Muy bien.
ResponderEliminarPara que esté perfecto, debes comentar los cambios que has realizado y por qué y también por qué has mantenido algunas cuestiones que podrían discutirse.